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Promover, articular e invertir

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Innovación. Los procesos deben ser transversales, cubrir todas las áreas de la compañía. (Foto: Google Images)

Hace falta más impulso privado para la innovación.

La innovación y el conocimiento son instrumentos fundamentales para erradicar la pobreza, combatir el hambre y mejorar la salud, así como para alcanzar un desarrollo sostenible, integrado, inclusivo y equitativo.

Por ello, las políticas de innovación deberían constituir un eje central de las estrategias de desarrollo y estar diseñadas para responder a los principales desafíos económicos y sociales.

En América Latina, una de las debilidades pasa por el aún insuficiente involucramiento del sector privado. La financiación se realiza mayoritariamente con fondos públicos. Mientras en América del Norte el 60% de esas actividades se subvencionan con capitales privados, y en Europa ese porcentaje se cifra en un 50%, en América Latina está en el 30%, según "Las políticas de ciencia, tecnología e innovación en América Latina y el Caribe durante las últimas seis décadas", de Guillermo Lemarchand para la Unesco.

Historia condiciona.

La necesidad de añadir conocimiento a los procesos productivos comienza a instalarse en la región en los años ´50, al amparo de modelos de sustitución de importaciones, que requerían de avances tecnológicos demandaos por la industria. Primaba un enfoque de oferta: invertir en universidades y centros tecnológicos en esa época nace el LATU en Uruguay, el INTI en Argentina- y ante un sector privado que era muy débil, llevan a cabo el desarrollo de la tecnología que supuestamente debían fluir de esos institutos públicos a las empresas, según recuerda Gustavo Crespi, Especialista Líder en la División de Competitividad e Innovación en el Banco Interamericano de Desarrollo. "Eso ocurría en todo el mundo añade-, lo que se conoció como el modelo lineal de la innovación: invertir en ciencia implicaba el desarrollo de tecnología que daría paso a la innovación en los sistemas productivos".

Lo que se empezó a ver en los ´70 a nivel global fue que, a pesar de las inversiones en ciencia cada vez más importantes, los resultados no se reflejaban en la productividad. Se cuestionó la validez del modelo lineal, al tiempo que se buscaban alternativas. Crespi advierte que "el ojo fue puesto en los emergentes de la época, Japón, Corea". A partir de esa observación, en el mundo gana terreno un nuevo enfoque, que apunta a los sistemas de innovación: no siempre el conocimiento va desde la ciencia a la innovación, a veces puede ser en el sentido inverso, pero lo importante es la fuerte vinculación que tiene que existir entre el que genera el conocimiento y el que lo usa. En esa época, "América Latina atravesaba la llamada década perdida, primero con los problemas de la deuda y luego las reformas estructurales surgidas del Consenso de Washington, donde se retrajo fuertemente la innovación, llegándose a un escenario de no políticas", sostiene el especialista. La idea predominante era: dejemos que sean los países desarrollados los que inviertan en soluciones. El supuesto que estaba detrás de eso era "existe un supermercado de ideas donde yo puedo comprarlas". Y no siempre es así, porque necesitan ajustarse al medio y desarrollarse; en suma, inteligencia local.

El cambio.

"A fines de los ´90 empieza a emerger el interés de los países en hacer políticas de innovación, porque la "no política" tampoco fue una solución y la competitividad seguía siendo baja", dice Crespo. Con muchos años de retraso, los países de la región toman aquella idea de los sistemas de innovación. Invertir más en forma diferente, buscando mecanismos que vinculasen la colaboración entre la investigación y la empresa. Va de la mano de nuevas herramientas tecnológicas e incentivos tributarios, acompañadas de reformas institucionales. Son los tiempos de la ANII en Uruguay y sus similares en la región.

Tendencias.

Un reciente estudio del BID presentado hace algunas semanas en Montevideo, analiza empresas innovadoras de Brasil, Argentina, Chile y Uruguay y cuáles son las barreras que enfrentan en la actualidad. "Lo que encontramos en los cuatro países como tema más destacado es el problema de financiamiento. Programas de corto plazo y costos relativamente elevados", subrayó Crespi, coordinador del proyecto. El segundo problema es el de acceso al mercado, la vinculación entre el que innova y el que usa. "Para algunos es problema de mercado, claramente en Uruguay, además de otros factores como demandas poco dinámicas o mercados dominados por unas pocas firmas gigantes. Ahora, si se resuelve el problema de mercado y aparece el innovador y el que necesita esa innovación, el financiamiento aparece. O sea, buena parte del primer problema pasa por resolver el segundo", indicó.

Según Crespi, "la región está invirtiendo más. En los registros promedio de inversión en investigación y desarrollo estamos muy lejos, pero si lo comparamos con los noventa hemos duplicado aquellas cifras". Y en ese contexto, afirma, en casi todos los países ha habido un aumento de la participación del sector privado en esa inversión.

Promover la innovación en las empresas requiere de la articulación y vinculación de varios actores. El especialista del BID identifica tres: "La empresa innovadora se debe vincular con la ciencia y la investigación, pero además necesita de quien lo compre. Y ahí tenemos dificultades para emparejar a la oferta con la demanda de innovación. Es un problema global, pero que en la región lo hemos descubierto más tarde y todavía no hemos generado las herramientas para enfrentarlo con éxito".

El caso uruguayo tiene sus particularidades. Para Crespi, "las restricciones de mercado son aún más importantes que las financieras. Eso deriva de un tema de escala, lo que tiene implicancias importantes: cuando se innova, hay que hacerlo para el mundo. Salvo la demanda pública", opinó. Otra característica -donde Uruguay en este caso está mejor posicionado que los otros tres países del estudio- es el acceso a la oferta de conocimiento. "Es menos difícil acceder al conocimiento de base y el capital humano", que en los otros países estudiados. En cuanto a problemas de políticas de comercio exterior, regulación, competencia, Chile lidera con la mejor calificación, y en Uruguay son menos relevantes que en Brasil y Argentina.

Público-Privado.

Otra relación importante es la de la empresa innovadora con el sector público; "en todo el mundo, la demanda del sector público es muy fuerte en cada mercado. Por lo menos el 20%", destaca Crespo. Hay muchos problemas que enfrentar en salud, educación, infraestructura, y por tanto el Estado es el principal demandante. La forma en que el sector público identifica sus problemas y cómo compra sus soluciones, es un aspecto clave para promover la innovación.

Y también es clave la forma en que se desarrolla el vínculo entre la innovadora, muchas veces una startup, y la gran empresa. "Esta última ha cambiado su forma de innovar, y ahora ya no desarrolla su conocimiento en grandes plantas propias, hoy eso está descentralizado, pasando de un modelo in-house a otro de innovación abierta". Las oportunidades están, el gran asunto es cómo desarrollar las herramientas para juntar esas demandas con quienes proveen las soluciones. Es el gran desafío para el sector privado.

Muy lejos.

En lo que respecta a innovación, América Latina no ha cambiado mucho en los últimos años. Al menos así lo refleja el recién publicado Índice Mundial de Innovación 2017, elaborado conjuntamente por la Universidad Cornell/ EE.UU.), la escuela de negocios Insead y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI). Ninguno de los países de la región figura entre los 25 primeros del mundo en dicho informe. El mejor puesto en la clasificación mundial lo ocupa Chile (el 46), seguido de Costa Rica (53) y México (58). Uruguay está 67º (subió 5 puestos en la última medición). La lista evalúa cada año la situación de 130 economías teniendo en cuenta una docena de parámetros, desde el gasto en educación hasta los niveles de inversión en desarrollo.

Patentes.

Otros datos publicados por la OMPI revelaron que el número de patentes solicitadas en la región durante 2016 fue bajo en comparación al año anterior. La OMPI atribuye este pobre desempeño a la situación económica y a la reducción de recursos que los gobiernos, las empresas y las universidades destinaron a la innovación. Según OMPI, "América Latina es una región con un gran potencial de innovación inexplorado". A pesar de ello, reconoce que en los últimos años ningún país de la región ha sido considerado como un país innovador, -se define así a quienes mejoran un 10% por encima de sus pares teniendo en cuenta el nivel de PIB- como los son, Vietnam o la India. A pesar de la baja calificación de la región, los países que obtuvieron las mayores calificaciones fueron Chile, Colombia, Costa Rica, México y Uruguay.

El paradigma.

Desde el comienzo de los ´70, la inversión de Corea del Sur en I+D no superaba el 0,5% del PIB. Y casi el 80% de esa inversión era del sector público. De cara a los ´80 el sector privado comienza a invertir cada vez más, y hoy Corea invierte casi el 5% del PIB y más del 70% es privado. "¿Cómo hizo? —se pregunta Crespi— invirtió mucho en institutos tecnológicos públicos, que lo que hacían era básicamente ubicarse en medio de la ciencia y la empresa, y vincularles. Las empresas eran muy débiles para arrancar por sí solas, entonces buena parte de la tecnología que fueron desarrollando Hyundai, Samsung o LG, salían de esos institutos de investigación pública". Cuando lograron el músculo suficiente, siguieron solas. También hubo una decisión muy fuerte de política de ir a un modelo de desarrollo acelerado, "basado en industrialización de productos cada vez más complejos. Hasta los 60 la principal producción exportable era arroz y pelucas", recordó.

Además, Corea le pide a EE.UU. que financie en su país una universidad igual al MIT. "Allí se comienzan a formar los ingenieros que desarrollan los sectores automotor y electrónico. Una fuerte inversión pública de más de 20 años para alcanzar el despegue".

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