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Una visión del subdesarrollo

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Joaquín Secco García
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Las proporciones que se registran entre los diferentes componentes que conforman un sistema económico, determinan el reparto de los resultados y consecuentemente, la estructura de costos de producción y la competitividad del conjunto del sistema. La competitividad —o la productividad o la rentabilidad— depende de como se distribuyan los ingresos generados.

Si se paga menos a quien es más productivo y más a quien menos lo es, el resultado será pobre. Si por el contrario el reparto es proporcional a la productividad, habrá incentivos mayores para elevar la productividad y mayor generación de riqueza. Asimismo, como es bien sabido, el fortalecimiento de las capacidades humanas, depende de los incentivos y cuanto mayores incentivos, también habrá mayores capacidades y mayor productividad. Asimismo, mayores capacidades incentivarán la creación de mayores y más eficientes empresas, mayores organizaciones y productividad. Mayor productividad e ingresos darán lugar a sociedades más equilibradas, mejor convivencia y mayor bienestar. En todos los renglones se podrían agregar las conclusiones opuestas con escasas excepciones.

En nuestro país, desde hace un siglo, se han menospreciado los criterios de productividad y formación de capacidades y se ha preferido optar por diferentes grados de populismo y clientelismo, grados que variaban en función de los precios de los productos de exportación, la inflación o del endeudamiento.

Con buenos precios de exportables, había mayores grados de libertad para el sistema político y con menores precios no había más remedio que apretarse el cinturón. Todos factores que quitan oportunidades para el crecimiento y su sostenimiento. Especialmente —y es el componente más desfavorable— desalientan la formación humana con especial severidad hacia los sectores más desfavorecidos. Exceptuando las elites de mayores ingresos y educación a lo largo de generaciones, resulta muy difícil para los jóvenes de los bolsones de marginalidad superar los obstáculos.

Hay mucha alegría porque —de manera sorpresiva para los gobernantes— recibimos noticias que las políticas económicas de ultramar habían tomado decisiones que nos favorecen. Producto, inflación, déficit, acceso al financiamiento, aumento de salarios, rendición de cuentas, tarifas energéticas, … Todo con total comodidad. Pero claramente esta no es la manera de crecer que tenemos entre los compatriotas.

Crecimos mucho porque los argentinos nos descubrieron la soja y el manejo conveniente para nuestros suelos, porque los finlandeses descubrieron primero los eucaliptus y después las plantas de celulosa que no contaminan, porque los chinos se han puesto intratables con la demanda de alimentos y porque los turcos ahora nos importan carne de ternero haciéndole bastante daño a nuestros frigoríficos. Mejor dicho de los brasileros. Ahora los ministros y presidentes enloquecen detrás de la tercera planta de celulosa. No son pasos que nos anuncien un camino sostenido y pacífico por la autopista del progreso.

El gasto público, la corrupción, los salarios de los sindicatos más apreciados fuera de órbita y los pobres del campo y la ciudad que siguen soñando con dádivas de un partido que ofrecía otros caminos.

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