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¿Hacia dónde vamos?

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La población consciente de nuestro país está preocupada porque no sabe hacia dónde nos dirigimos. Teme que nuestro puerto de destino sea el socialismo, aunque se ignora qué clase de socialismo será y cuál será el equilibrio entre sus distintas tendencias. Porque, obviamente, hay una distancia sideral entre el socialismo real, soviético, y el otro, más evolucionado, que es el que postulan los eurosocialistas, que es el de Lagos en Chile y que fue el de Frugoni en el Uruguay. Es la misma diferencia existente entre los asesinatos masivos (millones de seres humanos inmolados por Stalin, Mao y Pol Pot, por ejemplo, y el socialismo moderado, moderno y con rostro humano de quienes le dieron la espalda a aquellos sanguinarios líderes. ¿A cuál de ambas tendencias se afilia el F.A.? Esta es la pregunta que nos acucia a los uruguayos. Porque es evidente que en el partido del gobierno hay gente responsable que sintoniza la onda de nuestro tiempo. Pero, también, la "colcha de retazos" abarca otras orientaciones, violentistas e intolerantes, que están conformando una oposición al elenco gobernante.

¿Hasta qué punto esta ala ultraizquierda de la izquierda determinará los futuros pasos del gobierno, dificultará sus tareas y -frente a una eventual inoperancia o a una presunta "traición" a la plataforma del F.A.- cosechará más votos en las próximas elecciones? Es sabido que, en los regímenes democráticos, la oposición prospera a la sombra de la ineficacia o de las promesas incumplidas del oficialismo. Y esa izquierda extremista podría argüir que es la más fiel a los principios del F.A. y que, por lo tanto, reclamará para ella la posibilidad de jugar la próxima carta. Y esta carta es, sin duda, la implantación del socialismo. A veces se reconoce como un mérito a destacar la coherencia que muestran algunos frenteamplistas con su pasado: piensan y sienten como marxistas y reivindican su apoyo a viejas fórmulas. ¿Qué tiene ello de elogiable? Son fieles a propuestas jurásicas, fracasadas en todo el mundo. La ministra Arismendi puede declarar, orgullosamente, que es comunista. ¿Y? Cuando los comunistas europeos han cambiado hasta de nombre, algunos, aquí, lo siguen ostentando desafiantes. Lo cual quiere decir que se afilian al monopartidismo, a la policía secreta, a la prohibición del derecho de huelga, a las traslaciones forzosas, a los campos de concentración, a la falta de libertades y al nulo respeto por la vida humana.

¿Quién puede ufanarse de abrazar doctrinas de esta índole, de querer practicarlas en el futuro (en caso contrario, no serían comunistas) y de cantar loas a regímenes que, como el cubano, las enarbolan como emblemas de su tiranía?

¿Hacía dónde vamos?, nos repetimos. ¿Hacia dónde nos quieren o nos pueden llevar? Al reconocido y legítimo derecho a la huelga se le añade -como extensión- el derecho a ocupar lugares de trabajo, y a éste, se le agrega el derecho a gestionar la empresa que se ocupa.

Ahora están de moda los piquetes y los escraches. Si una persona se planta en 18 y Ejido e incendia un neumático, inmediatamente será sacado de allí y conducido a una comisaría pero si no es una sola persona sino 20 o 30 o más los que cortan una avenida o una ruta, entonces se considera que se trata del ejercicio del derecho de expresión. Si éste es el comienzo, ¿qué nos deparará el futuro? Si el poder sindical es tan grande que una decisión judicial no se cumple porque se le difiere el apoyo policial, ¿hacia dónde va nuestro Estado de Derecho? ¿Qué otros derechos -en perjuicio de la sociedad entera- se les reconocerá a los que protestan corporativamente?

El caos al que llegó paulatinamente la revolución francesa se tradujo en la consagración del derecho-deber a la insurrección por parte del pueblo o de una porción de él. Poco después, surgía Napoleón.

No podemos menos que pensar en nuestro país. ¿Predominarán en el F.A. las tendencias marxistas extremas, disolventes y violentas, o las posiciones sensatas? Ante este dramático panorama, ¿qué papel desempeñarán los partidos tradicionales?

Confiamos que actúen en consonancia con su responsabilidad histórica.

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