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El opio de los intelectuales

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EDITORIAL

La revolución rusa multiplicó fanáticos. El talante fanático también se desenvolvió en nuestro continente, sobre todo luego de la revolución cubana: fueron decenas los que por aquí se obnubilaron por un socialismo que hacía las veces de opio para los intelectuales.

Este año en el que se cumple el centenario de la revolución rusa también se verifica un aniversario relevante para el mundo intelectual vinculado a los estudios sociales. En efecto, hace sesenta años se editó en castellano, en Buenos Aires, el excelente libro del escritor francés Raymond Aron sobre los vínculos de la intelectualidad y el comunismo: "El opio de los intelectuales".

La crítica de Aron en ese trabajo, originalmente publicado en París en 1955, es tan feroz como inteligente. Tomando con cierta ironía aquella vieja frase de Marx que calificaba a la religión como el opio del pueblo, Aron lleva adelante una profunda reflexión que liga las posiciones políticas de los intelectuales afines al Partido Comunista con una actitud de característica religiosa. Evidentemente, el contexto en el que escribe su libro es el de la posguerra francesa, tan bien narrado, por cierto, por el excelente especialista de la historia de ese país, Tony Judt, en su libro "El peso de la responsabilidad". Y el opio de esos intelectuales, claro está, es creer devotamente en el socialismo.

La reflexión de Aron es valiosa porque a pesar de estar tan vinculada a una coyuntura intelectual y política particular, algunas de sus anotaciones siguen muy vigentes en la actualidad. Por ejemplo, cuando describe la actitud arrogante del intelectual socialista, que está convencido de su superioridad moral porque cree situarse del lado correcto de la Historia, escribe Aron: "el cruzado del socialismo interpreta la conducta de los otros según su propia idea de la Historia y al mismo tiempo deja de encontrar adversarios dignos de él: sólo los retardados o los cínicos pueden levantarse contra el porvenir que él encarna. Porque proclama la verdad universal de una perspectiva histórica, se cree con derecho a interpretar el pasado a su antojo".

Hace sesenta años, publicado tan cerca de Montevideo como Buenos Aires, toda la región pasó a disponer de un gran ensayo que ya describía lo que incluso al día de hoy define al intelectual obtuso de izquierda, ese que está convencido de que su verdad ideológica es la verdad absoluta y que, además, está dispuesto a fraguar cualquier realidad histórica con tal de colaborar con su causa política. Escribe Aron con razón: "se dirá que la fe comunista sólo se distingue de una opinión político- económica por su intransigencia. (…) Pero no se trata de una simple intransigencia. (…) Cabe hablar de fanatismo (…) que divide a los hombres en dos campos, según su actitud respecto a la causa sagrada".

Esa "causa sagrada" comunista fue la justificación que encontraron tantos intelectuales franceses a lo largo del siglo XX para mentir descaradamente acerca de lo que realmente ocurría tras la cortina de hierro que dividía a Europa. Es más: muchas veces ella sigue siendo, hoy, la razón última por la cual se tergiversan hechos y realidades en distintas partes del mundo, con tal de favorecer lo que se entiende es el verdadero sentido de la Historia que, por supuesto, esos socialistas creen encarnar. Como escribe Aron, analizando a la intelectualidad izquierdista vinculada al Partido Comunista francés, pero que también puede aplicarse a ese tipo de intelectualidad de nuestra región: ella considera que "la historia que relata el partido es verdadera, de una verdad superior a la verdad material de los hechos".

La revolución rusa no fue solamente un episodio fundamental para la historia de ese país, para el devenir de las relaciones internacionales del mundo entero y para el enfrentamiento ideológico que caracterizó sobre todo a la segunda mitad del siglo XX. Fue también, desde el punto de vista intelectual, un momento crucial para la "causa sagrada" que describió Aron, esa que multiplicó fanáticos en el mundo del pensamiento. Ese talante fanático también se desenvolvió en nuestro continente, sobre todo luego de la revolución cubana: fueron decenas los que por aquí se obnubilaron por un socialismo que hacía las veces de opio para los intelectuales.

Este inteligente ensayo importa mucho para evaluar en su justo término la influencia de la revolución rusa en nuestro mundo intelectual.

Algunas veces se ha dicho que los intelectuales locales que adhirieron al comunismo lo hacían porque no sabían realmente en qué consistía esa ideología. Esa es otra justificación propia de quien ve la realidad distorsionada por el consumo del opio de los intelectuales. Porque, en verdad, las claras explicaciones de Aron estaban editadas ya desde 1957. Y en castellano.

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