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La patria de las tumbas

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Foto: Fernando Ponzetto

NUEVOS DESAFÍOS DE VIEJOS CEMENTERIOS

Las necrópolis llevan más de un siglo recibiendo restos y, en algunos casos, están a tope de su capacidad. Esto pasa sobre todo en Cerro y en algunos puntos de Canelones. Además, buscan revalorizar su patrimonio y ser más atractivos para los deudos.

La muerte es simple para los muertos: enfriamiento, rigidez en los músculos, la piel se pergamina y el cuerpo inicia un proceso (cada vez más largo) por el cual los tejidos se convierten en nutriente de las bacterias internas y de insectos extranjeros. Con descuento de la dimensión espiritual, ese es el final o, para los cementerios, el comienzo.

Por año fallecen 33.000 uruguayos en una distribución geográfica idéntica a la de los vivos: la mitad en Montevideo y Canelones y los restantes en los demás departamentos. La mortalidad se incrementa hasta 20% en julio y agosto por el frío y un 10% en diciembre por la temporada de calor y de angustia.

Aunque la cremación ha aumentado un 400% en 15 años y 2017 finalizará con una cifra récord superior a los 4.000 recién fallecidos convertidos a ceniza, la gran mayoría de los muertos sigue ingresando a las tumbas de la patria por alguno de los 80 cementerios municipales. Grandes o pequeños, antiguos o modernos, estas instituciones se movilizan con las mismas lógicas que un hotel: espacio y rotación, sin contar que a los dos se concurre "a descansar".

El cuerpo permanece de dos a cuatro años en su sepulcro (panteón, nicho, tubular o tierra) hasta que esté listo para la reducción. El procedimiento implica agrupar el esqueleto en una urna de 50 por 30 centímetros con cráneo y fémur debajo, húmero y pelvis en capas intermedias y costillas o maxilares arriba.

La permanencia subsiguiente dependerá de los deudos. Cuando nadie deje una flor o les dedique una mirada recordatoria y sobre todo cuando no se pague el arrendamiento del urnario, las autoridades disponen que los restos, a menudo cremados previamente, pasen al osario común. En Montevideo se trata de un depósito cilíndrico, como los tubos por los que entraba y salía Súper Mario Bros.

Es cierto que las nuevas generaciones de deudos son más reacias al ritual y a la burocracia funeraria: uno de cada cinco sepultados por año en la capital no recibe visitas ni la familia gestiona la reducción. En 2016, 2.548 cuerpos fueron cremados de oficio por esta causa y adelantaron su llegada al osario.

Aunque pocos, todavía quedan deudos muy fieles por plazos largos. Según Marcelo González, director de gestión de necrópolis de la Intendencia de Montevideo, se preservan urnas de hasta 45 años, con familiares celosos de su conservación. Pasado ese tiempo, quizás un poco más, a todo fallecido no ilustre le llega su verdadero final, que es el olvido.

Con matices, porque aquí la muerte no es universal, sino municipal, y cada departamento tiene su ordenanza, así empieza y termina el camino de los muertos en Uruguay.

Para los vivos, en cambio, la muerte es infinitamente más compleja.

La gran mayoría de las necrópolis nacieron a finales de siglo XIX y comienzos del XX. Por ese entonces, las familias se gastaban lo que no tenían (y más) en la construcción de un panteón familiar con un porte artístico que sobreviviese a sus propios huesos.

El abandono, el desinterés de los descendientes y el vandalismo en varios cementerios son los principales enemigos del llamado patrimonio funerario, pero los movimientos en pro de la conservación y de poner en valor a los cementerios crece en la región y en Uruguay. La semana pasada finalizó en Montevideo el 18vo Encuentro de la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales, que reunió a más de 140 especialistas de América Latina, España y Portugal.

Pero los cementerios no son un museo. Su financiamiento es posible en la medida en que sigan recibiendo más cuerpos y vayan reduciendo los que ya tienen. A más de un siglo de práctica funeraria, varios enfrentan problemas de capacidad, sobre todo en los lugares de mayor crecimiento demográfico. Encima, vaya a saber por qué, las nuevas generaciones de fallecidos presentan condiciones menos favorables a la reducción. A continuación, un recorrido por las tumbas de la patria y sus dilemas del siglo XXI.

Capacidad.

En 2016, las inhumaciones de las cinco necrópolis municipales de Montevideo sumaron una cifra de 11.388. El número es más o menos constante, pero con tendencia a la baja debido a la cremación.

El 70% de los cuerpos ingresa a panteones sociales (de mutualistas, previsoras, gremios, etc), unos pocos en los viejos panteones familiares y el resto en nichos particulares o arrendados, en tubulares o en la tradicional sepultura en tierra. Estas últimas dos opciones son las más económicas (unos 2.700 pesos) para quienes no tienen otra cobertura.

Montevideo tiene dos grandes ventajas desde el punto de vista necrológico: como su población no ha cambiado mayormente en las últimas décadas, la capacidad de los cementerios es suficiente. La otra se llama Cementerio del Norte. Con 93 hectáreas, es de los más grandes de América Latina, junto a Chacarita de Buenos Aires. Fundado en 1929, el total de restos podría estimarse en más de un millón, según cálculos gruesos.

El año pasado recibió 7.710 cuerpos, seguido de Buceo (2.258), Cerro (991), Paso Molino o Teja (276) y Central (151).

Según Marcelo González, el del Cerro es el único cementerio que trabaja al límite de capacidad. "La gente del barrio es muy localista y quiere estar allí". La necrópolis, de unas tres manzanas, no puede ampliarse más porque el barrio se ha urbanizado a su alrededor. Silvana Mediza, su directora, confirma que es el más visitado y que el 90% de las familias prefiere la sepultura en tierra por tradición y precio. Con deudos más fieles, además, los restos se preservan por más tiempo en los urnarios.

En algunos sitios de Canelones la situación también es compleja. La población creció mucho en los últimas décadas y aunque se trata del departamento con más cementerios (17 municipales y 4 privados), algunos trabajan a tope, como Las Piedras o Pando.

En el Cementerio de Tala, uno de los más antiguos, también hay problemas de capacidad. Cientos de urnas están encima de los panteones y cuando hay vientos fuertes, se pueden caer. La Intendencia expropió recientemente un terreno lindero para ampliar la necrópolis.

En 2016, han sido inhumados 3.989 uruguayos en tierras canarias, el doble de lo que sucedía en la década del 80. El incremento ha hecho que el departamento tenga cementerios nuevos, como Progreso que inauguró en 2010 o Atlántida en 1994. Alba Alicia Garreta, directora departamental de Necrópolis, confirma que el año próximo se prevé abrir otro en Colonia Nicolich. "La demanda de la gente en esa zona es muy grande", explica.

Además, la jerarca añade que en varios puntos se trabaja en la construcción de más capacidad, sobre todo a través de los nichos, que según ella son los más efectivos para la descomposición del cuerpo.

Porque aquí empieza el otro problema que están experimentando los administradores de cementerios. Por causas poco investigadas, la descomposición no se está produciendo en los tiempos previstos. Cumplido el plazo de dos años (en panteón o nicho) o tres años (en tierra), al menos la mitad de los cuerpos no están prontos para la reducción.

Cuando los sepultureros abren el sepulcro, se encuentran muchas veces con que el cuerpo preserva aún vestigios grasos o de músculos o está "momificado", como se dice en la jerga funeraria. Esto es: la piel se ha endurecido como una lonja y está adherida a los huesos.

Según González, el director de gestión de necrópolis de la Intendencia de Montevideo, el fenómeno es multicausal. Depende en principio del peso de la persona al fallecer. También la medicación recibida en vida puede provocar un ulterior efecto de embalsamamiento, en especial en enfermos de cáncer.

El suelo también importa. En Atlántida dejaron de sepultar en tierra porque se dieron cuenta de que la proximidad al mar y la arena preservaba demasiado el estado blando del cuerpo. En Progreso, el cementerio más moderno del país, innovaron con un sistema de criptas con chimenea y ducto subterráneo para la circulación de fluidos que demostró ser ineficaz. En lugar de dos años, los cuerpos tardan el doble en descomponerse. De hecho, el sistema ha dejado de emplearse y se están construyendo más nichos.

También hay una práctica hospitalaria que demora la descomposición: amortajar al fallecido con nylon. Cecilia Sotelo, sepulturera en el cementerio de Canelones, asegura que cada vez que abre un cajón y se encuentra con la funda plástica negra sabe que no podrá hacer la reducción. "No deja que los fluidos se liberen".

A ninguna autoridad funeraria se le ocurrió presentar algún tipo de reclamo al sector de la salud para que cambie sus prácticas de amortajamiento. La primera ley no escrita de todo cementerio es: el sepulturero no deriva, resuelve. Y para este caso de reducción difícil, hay dos opciones: volver a enterrar (sin nylon) en tierra o nicho por un año más, o cremar. El segundo camino está siendo muy utilizado. El año pasado pasaron por el horno unos 4.095 restos, solo en Montevideo.

Hay una tercera opción polémica: el uso de la cuchilla o de cierta presión y maniobra en las articulaciones para liberar a los huesos. Con permiso de los deudos, los sepultureros más experientes pueden hacer una reducción de esas características. Las claves del trabajo: hacerlo en absoluto silencio, con la fuerza justa y sin mínima demora.

Pero Silvia Lepsik, sepulturera del Cementerio Cerro, asegura que se trata de una práctica en desuso en Montevideo. "No somos carniceros". Sotelo explica que solo emplean herramientas o fuerza cuando se ha producido la momificación y el cuerpo está reseco. Si hay restos cárnicos, no se hace. Y lo niega en los mismos términos: "No somos carniceros".

Patrimonio.

El nuevo desafío de los cementerios radica en cómo ser más atractivos para los deudos y para la comunidad. En el mundo y en la región, están creciendo las experiencias para valorizar las necrópolis con circuitos culturales, turísticos o educativos.

Eduardo Montemuiño, gestor cultural del Cementerio Británico y miembro uruguayo de la Red Iberoamericana, cree que el tiempo relaciones distantes con las necrópolis está pasando. "La cresta de esa ola ya pasó", dice.

El Cementerio Británico ha sido pionero en organización de circuitos que incluyen visitas a tumbas de personalidades. "Tenemos que estudiar la muerte para entender la vida", dice Montemuiño.

En el Cementerio Central hubo experiencias similares para apreciar las obras de José Belloni, entre otros artistas. Hoy, sin embargo, no hay guías para las visitas. En el Cementerio del Norte se está implementando un recorrido que incluye las tumbas de los alemanes muertos en el Graf Spee y sepulcros de artistas, como Ricardo Espalter, Eduardo Mateo o Rosa Luna, entre otros.

La ubicación a veces es complicada. Allí yace Joaquín Torres García, pero nadie tiene muy claro dónde, así que han puesto un monumento en una ubicación aproximada. Lo mismo ocurre con el poeta Vicente Parra del Riego.

El mayor problema para el patrimonio funerario radica en el abandono de panteones familiares sin descendientes. Y también el vandalismo, que por ejemplo, se ha llevado prácticamente todo el bronce que había en el Cementerio del Norte. Hoy se ha reforzado la seguridad con una empresa privada.

Para Montemuiño, la otra pata fundamental es la educación. Varios docentes de historia encuentran en los cementerios una forma de motivar a los adolescentes en el estudio de su materia. Sandra Durand, en Carmelo, ha encabezado con sus alumnos de secundaria tareas de investigación y la creación de un circuito que incluye el análisis de los vitrales en el cementerio local. Hay experiencias similares en Paysandú, Salto y Maldonado.

Sergio Echeto, docente en Montevideo y Las Piedras, comprobó que los jóvenes se entusiasman en las necrópolis. "Como los adultos expresan miedo hacia la muerte, ellos se motivan porque implica una muestra de rebeldía". Todos agradecidos. Porque serán los jóvenes los que den vida a los muertos.

Las leyes no escritas del oficio de sepulturero.

El oficio de sepulturero no se aprende en ningún lado, se obtiene con la práctica. El promedio de edad en Montevideo es de 40 a 45 años, una cifra ideal para que haya funcionarios lo suficientemente maduros como para transmitir conocimiento a los más jóvenes. En capital trabajan 250 personas en los cementerios. Las tres tareas del sepulturero (inhumar, reducir y cremar) se hacen siempre en equipo. Por lo menos debe haber dos funcionarios y esto no es solo por una cuestión de fuerza. Nadie debe estar solo en una escena de muerte explícita. El orden también es clave. Cada fallecido está identificado en el cementerio por un "número de chapa" que en Montevideo es igual a la cédula, pero en otros departamentos se asigna en el ingreso a la necrópolis. Esta "matrícula funeraria" va adherida al ataúd o la urna, y es lo que hace a cada fallecido único.

Cremación, la muerte de moda que no se mira a los ojos.

"Las familias eligen la cremación porque en esa sola acción queda resuelto el destino de los restos", asegura Marcelo González, director de gestión de necrópolis de la Intendencia de Montevideo. En 2001 se cremaron 841 cuerpos. En 2016 fueron 2.529. La mitad correspondió a personas que solicitaron en vida para ser cremadas. También pagaron $ 9.006.

El proceso comienza con la llegada del cuerpo luego del velorio, si es que hubo. Este ingresa a una cámara de frío y se agenda día para la cremación. En invierno puede haber una demora de hasta cuatro días.

A la hora de cremar, los funcionarios desechan el ataúd y ponen el cuerpo dentro de una funda. Se cierra y en lo posible, evitan mirar el rostro del fallecido. Una vez colocado en una camilla, los familiares tiene el derecho (no el deber) de hacer un reconocimiento, según explica Yolanda Lema, una de las jefas operativas del crematorio del Cementerio del Norte. Es el único momento en que se abre la funda y, detrás de un vidrio, el deudo puede corroborar la identidad y despedirse. El resto ya no se puede ver. El cuerpo ingresa al horno de ladrillo refractario que alcanza temperaturas de hasta 1.000 grados. Tras dos horas de exposición al calor (no a las llamas), se reduce a kilo y medio de partículas calcinadas. Con una herramienta, el funcionario las retira y las pasa por un molinillo para transformarlas en cenizas de un gris pálido. Tras enfriarlas, las entrega en una urna a la familia, que puede disponer de ellas libremente. Aunque ninguna religión recomienda esparcirlas, la mayoría terminan en el mar, el campo u otras zonas con significado para el fallecido.

La tendencia hacia la cremación ha sido tan importante que todos los cementerios parque privados instalaron recientemente crematorios. En lo que va del año, cremaron 840 cuerpos.

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